LA FRESA COMO PRODUCTO COLONIAL

Las fresas –  escondidas entre las hojas-  no pueden disimular ya el rojo y aparecen ante los pájaros, los pequeños topos, los jabalíes y las crías humanas. En el campo las tenemos a la sombra de los nogales y en patio de casa tocando a los tomates. Las que tenemos en el campo son unas fresas silvestres, muy pequeñitas pero muy sabrosas. Una parte importante del proyecto de La Calongina partía de la etnobotánica como base para entender nuestro bosque comestible. La historia de las plantas, las semillas y los árboles que conforman el espacio de permacultura era importante para el proyecto. Leyendo sobre fresas, historia, pigmentos y botánica hace poco llegó a mis manos un libro muy interesante del científico chileno Gabriel León titulado “La ciencia pop” que repensaba alguno de los alimentos que consumimos en Europa desde el punto de vista del colonialismo europeo.

La fresa es una planta de la familia de las Rosáceas, del género Fragaria (del latín fraga: fragante). De esa misma raíz latina, proviene el nombre francés “fraise”, de donde se derivó el vocablo “fresa”.  La mitología clásica señala que el origen de esta fruta se da a la muerte de Adonis, cuando Venus llora lágrimas que al tocar el suelo se convierten en pequeños corazones rojos: las perfumadas fresas.

En lo que ahora conocemos como Europa,  la llamada fresa silvestre era conocida desde tiempos muy antiguos. No fue hasta el siglo XVIII –   debido a la explotación de saberes y recursos coloniales  que Europa despliega en lo que ahora llamamos Sudamérica-  que aparece lo que ahora llamamos “fresón”.

Esta historia está explicada de forma épica en “La ciencia pop” del científico chileno Gabriel León. León explica cómo la misión de un espía francés llamado Amédée Francois Frézier en Chile, terminó produciendo algo tan sabroso como el fresón actual, después de  que el agente se llevara de regreso a su país unas matas de un fruto blanco que encontró en una misión colonial en Chile.

Los detalles de esta aventura, ocurrida en el siglo XVIII, aparecen en su libro como un compendio de episodios curiosos que dieron paso a hallazgos científicos.  El autor explica cómo hace pocos años, compró en internet un ejemplar del libro que el propio Frézier escribió llamado “Viaje por los mares del sur”, donde registró su viaje a partir de 1712 mandatado por el rey Luis XIV, para hacer mapas de las fortificaciones y puertos de Chile y Perú. En sus exploraciones por la zona de Concepción encontró un fruto blanco desconocido en Francia: la frutilla chilena o fragaria chiloensis . Entonces en Europa existía un fruto similar de color rojo de origen silvestre. La diferencia es que el ejemplar chileno era más grande.

Al terminar sus labores, en 1714, se llevó 5 plantas. En Francia no dieron frutos porque se llevó sólo plantas con frutillas, es decir de género femenino”, comenta León. Cincuenta años después, un chico de 16 años, Antoine Nicolas Duchesne, descubrió que estas plantas no producían polen y por eso no daban frutos.

A partir de allí, en 1765, los especímenes derivados de las plantas chilenas fueron cruzados con polen de una especie similar de América del Norte, dando origen a unos frutos rojos, ricos y que daban semillas que podían tener descendencia.

Eran plantas hermafroditas bautizadas como fragaria x ananassa , que son la base de todas las frutillas modernas. En la naturaleza este cruce hubiese sido imposible porque las especies están a 14 mil kilómetros de distancia”, explica León.

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